Aquel árbol era más viejo que cualquier humano nacido en
los tres últimos siglos. Odiado y estigmatizado por los
mismos que lo plantaron intensivamente en todas partes
para enriquecerse rápidamente: un horrible eucalipto. Pero
este ser vivo centenario bebía de las aguas saladas de Ría
Formosa. Contuvo las arenas movedizas y el barro de
Quatro-Aguas. En los veranos largos e inclementes, ofrecía
su generosa sombra a los paseantes. Celosos de su
longevidad, lo talaron con una motosierra. Ya nadie más
abrazará su tronco liso. Desveló sus anillos para revelar su
edad a los hombres aterrorizados por la muerte. Y después
inventamos nano-chips que contenían toda la locura de
nuestra civilización.